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Trama Aventurera

LA BÚSQUEDA DE LA MÁSCARA.

 

PRIMERA JORNADA

 

El pequeño grupo avanzó siguiendo con esfuerzo el sendero apenas visible entre la densa vegetación. La atmósfera era agobiante, calurosa, húmeda y llena de un bullicio inagotable de pájaros y gritos de otros animales que no conseguían identificar.

 

De vez en cuando, asomando entre las enormes hojas de plantas desconocidas aparecían extrañas construcciones de aspecto primitivo. Ante el desconcierto y las preguntas de Gyllian, Antoni explicó mientras cabalgaban que se trataba sin duda de edificaciones y esculturas típicas de los trols.

 

Gyllian soltó un largo suspiro mientras se pasaba un pañuelo por la sudorosa nuca, preguntándose mentalmente cómo había podido acceder a ir a un lugar tan incómodo y salvaje. Sin embargo, olvidó su malestar físico al reparar en que el resto se habían detenido y miraban con gesto de aprehensión un puente de aspecto endeble, apenas un puñado de tablas sujetas por cuerdas que en teoría debían ayudarles a cruzar un caudaloso río. Mientras debatían con murmullos acalorados, Illyasvel acercó su montura al borde del acantilado mirando las turbulentas aguas y reparando en las orillas repletas de enormes lagartos que exhibían sus escamosos cuerpos al sol.

 

-No parece haber otra forma de cruzar el río, al menos una que nos permita llegar al campamento antes de que anochezca, lo cual sería francamente peligroso- anunció Gyllian examinando un ajado mapa.

 

-Iré yo delante, señoras. Así comprobaremos si el puente es seguro-Anunció Korlov desmontando de su caballo y asiendo las bridas. Tomando aire y con gesto resignado, comenzó a cruzar el puente. Illyasvel y Gyllian, ambas también sujetando las bridas de sus monturas y tranquilizándolas le observaban con gesto impaciente y preocupado.

 

El puente se balanceó peligrosamente al paso de Korlov y su montura, la cual alterada y asustada se negaba a avanzar. Gracias a las palabras susurradas por su dueño, consiguió tranquilizarse y seguir avanzando hasta la seguridad de la otra orilla. Una vez ahí alzó el brazo invitando a pasar a Gyllian, la cual pasó sin mayores sobresaltos que el desprendimiento y caída al agua de una de las tablas.

 

Mientras Korlov y Gyllian murmuraban entre sí con una mezcla de emoción y agotamiento por la proeza realizada, empezó el avance de Illyasvel. Abstraídos en su charla, sólo escucharon un golpe sordo en el agua y un leve grito. Al asomarse, pudieron ver al caballo de Illyasvel nadando con esfuerzo en el agua, siendo arrastrado por la corriente y seguido a poca distancia por unos cuantos de los enormes reptiles que antes descansaban en la orilla. Horrorizados y buscando con la mirada entre el revuelo de cuerpos que se formaban ante el pobre caballo, no encontraban sin embargo el cuerpo de Illyasvel. Temiendo lo peor, y corriendo por el acantilado para buscar una forma de descender, vieron de pronto cómo la joven había conseguido trepar ayudándose de ramas y salientes por el acantilado. Una vez con ellos, y echando una última mirada a su agónica montura, siguieron hacia el campamento con el ánimo decaído. Habían perdido no sólo una montura, si no parte de las provisiones, ropas y armas que habían comprado para la expedición.

 

Un par de horas más tarde, con la puesta de sol a sus espaldas y con un estruendo aún mayor de gritos y cantos animales de fondo, llegaron al campamento. Se trataba de un campamento de cazadores, sencillo, bullicioso, repleto de hombres y mujeres que pasaban su tiempo libre enfrascados en juegos de azar o divertimentos menos inocentes. Un puñado de tiendas de aspecto dejado colocadas en círculo alrededor de una enorme hoguera y una cerca alta de estacas de madera era todo el mobiliario del que constaba el lugar, además de varias pieles en proceso de ser curtidas, y carne de diferentes animales dispuesta por doquier sin ningún orden.

 

Con gesto incrédulo y disimulando el asco por la variedad tan sorprendente de hedores que les llegaba, los gilneanos fueron preguntando a diferentes grupos de cazadores hasta que dieron con el jefe de la expedición, un robusto enano sudoroso dotado con una musculatura nada desdeñable y una frondosa barba negra que les miró con gesto sorprendido.

 

-¿Y bien, que les trae por aquí, señorías?- Soltó una carcajada coreada por un grupo de hombres que tenía a sus espaldas, los cuales lanzaban sin disimulo miradas poco caballerosas a ambas mujeres que hacían lo posible por ignorarlas, alzando orgullosas sus barbillas.

 

Gyllian se adelantó y le tendió un pergamino al enano, el cual tras estudiarlo durante largo tiempo asintió y mesándose la barba alzó la mano para que sus hombres se callaran y retirasen.

 

Devolvió el pergamino a la mujer y habló al grupo, serio.

 

-No sé que buscan ahí, es un lugar de pesadilla dominado por esos larguiruchos de piel azul. -Clavó una vez más la mirada inquisitiva en los gilneanos, los cuales le miraron con una mezcla de arrogancia y cansancio. -Está al suroeste, es fácil llegar ahí. Si lo desean pueden pasar un par de noches aquí y reponer fuerzas, parece que les hayan dado una paliza. Nosotros vamos a partir mañana a la caza del gorila, el campamento quedará prácticamente vacío pero habrá un par de hombres para vigilarlo y para ayudarles en lo que necesiten.

 

Tras agradecerle la información, ocuparon un par de tiendas que les cedieron, hablando y planeando cómo llegar hasta ese lugar, Bambala, y cómo encontrar lo que andaban buscando. La noche les sorprendió aún charlando, y tras despedirse de forma caballerosa, Korlov se retiró a su tienda. 

 

SEGUNDA JORNADA

 

Pasaron dos días durante los cuales recuperaron fuerzas, dieron un respiro a sus monturas y a ellos mismos para emprender de nuevo el camino. Despidiéndose de los cazadores, retomaron la senda en dirección a Bambala, aunque sus ánimos seguían decaídos.

 

Cabalgaron durante todo el día en silencio, hablando sólo para aclarar qué senderos debían tomar y cuáles no. La tarde les sorprendió amodorrados en sus monturas, debido al calor y al incesante ruido de fondo de la jungla. Tal vez por ello fueron conscientes demasiado tarde del silencio súbito, de que ya no había una cacofonía de fondo. Saliendo de su ensimismamiento, Gyllian hizo un comentario al respecto para alertar a los demás. Demasiado tarde, un grupo de tres trols salió de entre la maleza blandiendo lanzas y hachas con el filo aserrado. Altos, delgados y con musculatura fibrosa, pinturas de guerra cubriendo sus cuerpos y enormes colmillos que asomaban por su boca, ofrecían un espectáculo fiero a ojos de los gilneanos.

 

Asustados, descabalgaron y miraron sin saber muy bien cómo reaccionar a los trols. Alerta, Gyllian desenvainó sus espadas, Illyasvel cargó su arco y Korlov aferró su bastón con fuerza.

 

El combate fue breve, pero sanguinario. Poco acostumbrados a la lucha y el combate a duras penas fueron capaces de hacer frente a los salvajes, y pagaron caro el enfrentamiento. Jadeantes, mirando los cuerpos tendidos en el camino y exhibiendo Gyllian y Korlov varias heridas por su cuerpo fueron por primera vez conscientes de los peligros que escondía la selva. Antes de continuar la marcha y mientras las dos mujeres cogían de sus cabalgaduras lo necesario para seguir la marcha a pie, Korlov examinó con un interés inusual el cadáver de uno de los trols, después de pedir permiso expreso para hacerlo a sus compañeras de viaje.

 

Tras terminar su examen, el grupo discutió si el viaje debía continuar o debido a las heridas sufridas debían dar por terminada la expedición y volver con las manos vacías al menos temporalmente. Gyllian fué tajante, la expedición debía seguir adelante, y el dar media vuelta estaba descartado. Con Korlov cojeando y Gyllian con un brazo herido, continuaron por la selva echando de vez en cuando nerviosas miradas a las lindes del sendero, esperando un nuevo ataque en cualquier momento.

 

Por suerte, llegaron a una pequeña loma sin mayores contratiempos desde donde inspeccionaron el paisaje cercano, ya iluminado por la luz de la luna llena.

 

-Ahí....-Gyllian alzó el mapa y señaló una estructura toscamente dibujada en él. Todos miraron en esa dirección, donde sobre enormes bloques de piedra, se alzaba una estructura de aspecto trol. A medida que se acercaban a ella, podían ver cómo enormes y sinuosas serpientes de piedra que parecían salir directamente del suelo guardaban la entrada de un estrecho túnel al final del cual se entreveían unas lámparas encendidas.

 

Discutiendo de nuevo en susurros la situación, se adentraron en el túnel con el mayor silencio posible. Antes de llegar al final del mismo, una bofetada de olor a sangre les echó atrás asqueados pero siguieron adelante, estaban cerca de lograr su objetivo y nada iba a detenerles.

 

Salvo, tal vez, el espectáculo horrendo que encontraron. Un altar de piedra iluminado por toscas lámparas de aceite lleno de sangre y, a sus pies, lo que pudieron identificar con esfuerzo como un cadáver humano profanado por los viles rituales vudú de los trols. Aterrados y conmocionados por la imagen, los gilneanos se apoyaron en las paredes del recinto, haciendo esfuerzos para no huir y no vomitar. Pálida y sudorosa, esforzándose para no desmayarse, Gyllian comenzó a buscar por la mirada por el lugar la máscara y reparó en un pequeño montículo en el suelo. Ajena a las advertencias de sus compañeros, hundió la mano en la tierra fresca recientemente removida y sacó la máscara, alzándola con gesto triunfal.

 

En sigilo abandonaron el lugar, y se alejaron para encontrar un lugar seguro donde poder pasar la noche. Consiguieron trepar por un pequeño acantilado y se dejaron caer, agotados y estableciendo un improvisado campamento.

 

Sin embargo, Illyasvel y Korlov notaron un comportamiento algo peculiar en Gyllian, se mostraba ausente y pensativa, ajena a lo que le rodeaba.

 

TERCERA JORNADA

 

El canto estruendoso de los pájaros que despertaban con las primeras luces del amanecer les hicieron levantarse, cansados y somnolientos. Sin apenas mediar palabra comenzaron a recoger el campamento y a disponer todo para partir de nuevo. Mientras guardaba sus enseres, Korlov dirigió la mirada hacia el lugar donde parecía que todavía dormía Gyllian. Posando con suavidad la mano sobre las mantas, notó con preocupación que Gyllian había desaparecido. Alertado, avisó a Illyasvel y juntos recorrieron el pequeño campamento, buscando huellas y dándose cuenta de que la máscara también había desaparecido.

 

Aún más preocupados siguieron buscando, y tras encontrar un pequeño rastro de huellas, llegaron a un enorme muro parcialmente oculto por la vegetación. Siguiéndolo, entraron en lo que parecía una enorme avenida flanqueada por altos muros de piedra adornados con esculturas con diversos motivos, la mayoría representando animales típicos de la selva. El lugar parecía abandonado, los únicos sonidos eran los normales de la selva.

 

-Mirad, ahí...en esa torre- Illyasvel señaló una primitiva torre construida a base de troncos situada al lado de la entrada, de la cual salía un resplandor blanquecino. En silencio, sin dejar de mirar nerviosos a uno y otro lado temiendo un ataque repentino, subieron por la torre. Con cuidado, se asomaron a su interior, donde un espectáculo extraño apareció ante sus ojos.

 

Una trol ataviada con una toga oscura, adornada con pequeños huesos y cráneos animales, realizaba un extraño ritual murmurando en voz baja extrañas y desconocidas palabras ante un recipiente con un extraño líquido. De cuando en cuando, su tono de voz se alzaba y un resplandor blanco salía del recipiente, llenando el lugar.

 

Sin apenas decir palabra para no alertar a la salvaje, se lanzaron sobre ella y consiguieron desarmarla y dominarla con intención de interrogarla. Sin embargo, la trol no cooperó, entre risas enloquecidas sólo habló de un sacrificio a uno de sus loa antes de morderse la lengua y tragársela. Hastiada, Illyasvel acabó con la vida de la trol.

 

Abatidos por no encontrar a Gyllian y preocupados por las palabras de la trol se dispusieron a seguir adelante. Se detuvieron, con un estremecimiento que les recorrió todo el cuerpo: el sonido de unos tambores rituales, que clamaban por un sacrificio humano, inundó el lugar.

 

ÚLTIMA JORNADA:

 

A la carrera y sorprendidos por no haber encontrado ningún enemigo en su camino, pronto llegaron a un gran espacio abierto. En el centro, un enorme altar de piedra rodeado por cientos de velas donde estaba tumbada Gyllian, con la máscara cubriéndole el rostro y vestida con una túnica trol llena de cuentas de colores, pequeños huesos de animales y que apenas cubría su desnudez. A los pies del altar se encontraban dos gigantescos y musculosos trols que aporreaban con frenesí unos tambores rituales también enormes. Alrededor, cubriendo el escaso espacio libre había una marabunta de trols que contemplaban la figura del altar mientras cantaban y gritaban en la oscura lengua de su raza casi en éxtasis.

 

Escondiéndose para no ser vistos, planearon la mejor forma para intentar liberar a su compatriota. Sin embargo, mientras hablaban un grito ensordecedor se alzó en el lugar y se hizo el silencio. Asomándose en su escondrijo, vieron como todos los salvajes dirigían la mirada hacia una figura alta, desgarbada , ataviada con una capa de plumas de mil colores, un taparrabos y una máscara ritual que se acercaba a Gyllian con un puñal dentado en la mano. Cuando llegó al altar el estruendo comenzó de nuevo, incrementándose cada vez que el sacerdote trol pasaba sin dañar el filo del cuchillo por la piel del vientre de la gilneana, creando figuras rituales en el aire.

 

Sin perder el tiempo, Illyasvel comenzó a colocar trampas improvisadas en el único túnel de acceso y salida del lugar dejando un pequeño tramo sin ellas para poder escapar corriendo. Al tiempo, Korlov entró en el recinto, y dirigiéndose a los trols con un grito creó un hechizo ilusorio que consiguió distraer su atención del ritual.

 

Acabando con esfuerzo y sin no pocas dificultades con los grandes trols de los tambores se encararon con el sacerdote, que sumido en su trance ritual parecía no poder separarse de su víctima para ayudar al resto de sus compañeros con los intrusos. Agotados por el combate y luciendo ya varias heridas, pudieron afortunadamente acabar con él.

 

Jadeantes, se dirigieron rápido hacia el altar sin perder de vista al grupo de trols, que comenzaban a escapar del hechizo ilusorio de Korlov, parpadeando estúpidamente y mirando a su alrededor confusos. Gyllian seguía sin moverse y sin dar muestras de reconocerles, sus ojos estaban abiertos en una mueca muda de terror, con la máscara aún sobre su rostro.

 

Quitándosela y guardándola a buen recaudo, la bajaron del altar y lograron que apoyándose en ellos saliera por su propio pie del lugar. Sin mirar atrás, aterrados por la idea de que una manada de trols los persiguiera por la selva, corrieron hasta quedar sin aliento. La máscara reposaba en las bolsas de los gilneanos, un mudo testigo de los acontecimientos ocurridos y de los que nuestros protagonistas hablarían sólo en susurros y a escondidas.

 

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